No te hizo falta
decirme nada aquella madrugada.
Sentí el mundo en
un abrazo;
las flores durmiendo
al son de la luna;
las pisadas
melancólicas,
alcohólicas,
de alguien que
vagabundeaba en una calle vacía;
el murmullo de la
arena y las olas haciendo el amor al otro lado del océano;
el inmediato dolor y
muerte de una bala en el estómago.
Sentí todo lo bueno
y todo lo malo de la vida.
Esta vez, no se
revolvía con nosotros, sino que quedaba en el linde más extremo de
la cama,
y estaba dispuesta a hacernos luchar contra la otra fría realidad
para cuando decidiéramos salir de entre el calor de las sábanas.
Sugerí que debíamos
tomar ejemplo de todo lo que alguna vez nos habían dicho que así
debía ser el amor y fuimos más felices siendo arrogantes con una
vida que no estaba diseñada para nuestros despegados post-it.
No me hizo falta
decirte nada aquella madrugada.
La piel supuso que
había llegado la hora de tomar el relevo en lo que se refiere a la
expresión oral.
Nos habíamos
quedado ciegos y mudos esa noche.
Escuché el silbido
de llama mecida por el viento,
sentí cómo se me
erizaba la piel,
(cómo se nos
erizaba la piel);
olimos la naturaleza
viva,
confundida,
respirando,
mientras saboreábamos la llegada de un amanecer nuevo.
Languidecimos y
morimos de la misma manera en la que habíamos surgido
para ser amor de
entre la nada.
Y regresamos a
nuestro estado de letargo
por siempre jamás.
Claudia Mtnez.
Muy bueno Claudia, creo que no me equivoco si digo, en nombre de quienes te hemos leído, que es una buena aportación al blog.
ResponderEliminarMuchas gracias Borja, por tu apoyo y por haber pensado en mí para escribir junto a todos vosotros. Un abrazo.
ResponderEliminarLo bueno, si breve, es dos veces bueno. Contundente y escogiendo palabras con pinzas de depilar. Buen trabajo.
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