1/3/16

Vocación




Envuelto en la angustia. Sus pulmones se contraían y se hinchaban en busca de desahogo... Una película de hollín, de ceniza, de CO2 cubría las paredes internas de estos, asfixiándole. Tosía, de forma violenta, aunque violento fuera un apelativo que le venía pequeño. Cada vez que tosía, era como si sus pulmones intentaran expulsar esa película asfixiante que los envolvía, como si fuera un intento desesperado por vomitarla y tragar oxígeno.

Su garganta hacía de macabro amplificador de ese intento desesperado, emitiendo un desgarrador sonido en conjunto con sus cuerdas vocales, un sonido que parecía anunciar el colapso de su aparato respiratorio, parecía si algo dentro del mismo se estuviera resquebrajando... 

Su rostro, a pesar de estar negro por el humo, se veía enrojecido por el esfuerzo y sus venas se marcaban por el mismo, mientras, la chica intentaba que se calmara y respirara, con el corazón en un puño, y dos personas le intentaban contener agarrándole de los brazos. Ya que Él quería volver dentro, y ese deseo, esa desesperación era mayor que la que emitía su maltrecho cuerpo.

Todo había empezado al girar una esquina, con su chica del brazo, la misma a la que ahora se le escapaban lágrimas de impotencia, al no saber ni entender que le pasaba, cómo podía ayudarle, como podía calmarle. Atraídos por el ruido, por el jaleo y el correr de personas por el vecindario, vieron al torcer la esquina, aquel edificio de tres plantas, aquel bloque de pisos, consumirse en llamas y humo.

Hay un momento en el que para bien o para mal, por unas circunstancias u otras, de una manera o de otra y con distintos resultados, y en diversos estados y situaciones, simplemente actuamos, no lo pensamos, lo hacemos. Nuestro acto puede ser malo, bueno, desinteresado, interesado, o simplemente ser, sin ninguna catalogación moral o personal. Una sonrisa, una carcajada, una mirada, robar un beso, ayudar a alguien que lo necesita, pasar de largo ante una petición de ayuda, hacer daño a alguien, causarle mal... O como en este caso, correr. No depende más que del instinto, supongo. Se trata de recibir una información y antes de que esta sea analizada por el cerebro, que nuestro instinto nos impulse a movernos y actuar, sin pensar, con el único condicionamiento de nuestro valores o educación. Dependiendo de esto, el instinto nos moverá ha realizar una buena acción, o una mala... En caso de que esa situación pueda tener una catadura moral... Que las hay, que no la tienen.

Y en este caso, Él corrió. Su instinto le dijo que corriera. Hacia el fuego. Al ver lo que pasaba, antes de que ningún juicio ni análisis mental pudiera tener lugar, sus manos cogieron los brazos de su pareja, los apretaron levemente, intentando mandar un mensaje de tranquilidad, de calma, de "quédate aquí, estaré bien" Y tras esto, él, corrió hacía el bloque de edificios en llamas. 

Llena de pánico ella no pudo sino esperar, y mirar. Los momentos más angustiosos de su vida, momentos que nunca olvidaría, tenían lugar ahora. El terror la invadía, no era moco de pavo lo que estaba ocurriendo, pero el mismo miedo la paralizaba, ¿Qué más podía hacer?

Y tras lo que pareció una eternidad, Él, salió. Y no lo hizo sólo, un hombre medio desmayado era su lastre, lo agarraba pasándose uno de los brazos del hombre por sus hombros y cargando con él, y cuando lo dejó a una distancia prudencial, volvió a entrar. Ella no pudo sino levantar el brazo en su dirección, para intentar realizar una suplica que no llegó a manar de sus labios, que no lo iba a detener aunque hubiera sido dicha.

Y así una y otra vez, en cuanto el joven salía, los gritos de terror y miedo de la gente que aún quedaba dentro, las llamas crepitando, la estructura del edificio crujiendo y gritando mientras el fuego la devoraba y la hacía inestable... Esa algarabía de sonidos, le impedían quedarse, alejarse, le obligaban a entrar de nuevo, cada vez que salía su piel estaba más cubierta de ceniza y hollín, más negra, pero también más roja, más irritada por el calor, hasta que se quemó, la cara, los brazos, la ropa, pero no cejó y volvió, el calor lo estaba asando, pero no podía quedarse.

Ella no podía sino mirar, llorar y no decir nada, derrumbada, de rodillas en el suelo y con los brazos pegados al pecho, como si su corazón se hubiera parado y sólo eso lo delatara. Miraba, y no pensaba, a ella su instinto sólo le permitía consumirse por el pánico. Nada más. La gente que presenciaba aquello, empezó a atender a las personas, mayores, adultos, niños... Madres, hijas, hermanos, abuelos... Que él sacaba, otros miraban, desconcertados, sin entender del todo que pasaba, otros miraban también, impresionados, porqué entendían lo que ocurría.

Y él siguió sacando gente, sus músculos estaban agotados, Él, destrozado, al borde del colapso, del agotamiento, el esfuerzo físico, el calor infernal, el miedo, la adrenalina, la falta de oxígeno, el exceso de ceniza, todo se aglomeraba en su interior pero sus fuerzas... Si menguaban... Él no dejaba que se notara...

Hasta que su fuerza desapareció consumida más allá de los límites humanos, hasta que su organismo, no pudo seguir rindiendo, envenenado por los gases y contaminantes que respiraba, molido por el esfuerzo hercúleo y las graves quemaduras que ya portaba...

Y tras dejar a una anciana, a la que llevaba en las espaldas, en el suelo, su cuerpo desfalleció, las personas que habían y lo habían observado hasta ahora, acudieron a su ayuda, Ella, la primera, cuando empezaron a tratarlo, a tratar de que respirara, Él recobró el sentido.

Y ahí estaban ahora. Él sacando fuerzas de donde era imposible que las hubiera, intentando volver a entrar en el edificio, mientras dos hombres, con mucho esfuerzo intentaban retenerle, no podía hacer más, ni Él, ni nadie. Ya no había nada que hacer. Ella intentaba tranquilizarlo, y Él... Él, tosía, sus pulmones parecían a punto de reventar, sangraba y supuraba por sus quemaduras, gritaba pidiendo que le dejaran ir, y lloraba, lloraba pese a que llorar le dolía tanto como sus lesiones... Lloraba porque los agónicos gritos continuaban, y ni él, ni nadie podían hacer nada... Ya no había nada que hacer. 

Sólo contener a ese joven, loco, heroico, o estúpido, que tras desfallecer de agotamiento, había recobrado el sentido para seguir ayudando, a costo de su propia integridad, de su propia vida, sacando fuerzas; Tantas que dos hombres no eran suficientes para contenerle, no era poder físico, era voluntad, voluntad que podía con el agotamiento, el dolor, con la intención de otros por protegerle... Era voluntad, por ayudar... Cuando ya no había nada que hacer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario