Conforme pasan las horas... Siento ese algo, eso que me atormenta,
fluir con más intensidad por mis venas, anexionarse con más fuerza
a mi esencia, envenenarme como un virus, lentamente, pero sin posible
escapatoria. Así es la genética, la predestinación elegida por el
azar que no podemos sortear. No es una enfermedad, infección, ni
ningún mal conocido y tratable en mayor o menor medida por la
medicina, no es algo que podamos definir fácilmente, mi metástasis
es una herencia, algo que más haya de los genes casi es
imperceptible, pero que inunda y emponzoña mi alma.
Al igual que en las historias antiguas y medievales un pobre diablo
se veía afectado por algún tipo de enfermedad o maldición que le
hacía convertirse en un monstruo en los plenilunios, yo me veo
afectado por la maldición de haber nacido de un monstruo, el destino
es mi enemigo, no una bestia o demonio que me muerde, ataca o
maldice. Y mi maldición es permanente y continua, no sólo la luz
pura de la luna llena me convierte en la odiada bestia. Y esto no
tiene cura, no puedo deshacer los genes que llevo y cada vez siento
más fuertemente en mí. Y mi bestia, es peor que el licántropo, el
no muerto o cualquiera de esos monigotes de la literatura
gótico-romántica. Mi bestia es humana, la bestia más cruel,
inteligente, malvada y mortal que la naturaleza ha gestado.
Desde niño he notado ese otro yo que sustituiría mi personalidad y
mis caracteres, mis rasgos, para acabar convirtiéndome en un ser
igual de atroz que mi progenitor. La amabilidad, simpatía y valores
que siempre me definieron marchitarán, pasando a ser como mucho,
ilusiones que atraerán a incautas presas a este "lo que sea"
en lo que me convierto.
¿Cómo es mi progenitor? ¿Que herencia me espera? Son buenas
preguntas que pueden llegar a la mente del lector interesado que de
con estas líneas. Violento, peligroso, aterrador, posesivo, malvado,
arrogante, despreciable, abusón, villano, maltratador, depredador,
loco. Sobre todo loco. Esa locura que caracteriza a las bestias
violentas, esa ira desmedida que es firma de sus atroces actos. Puedo
sentir como esa herencia despierta en mí conforme el tiempo pasa.
Desde niño he sentido como poseía esas aptitudes, algunas al
menos, nunca pensé que llegarían a controlarme, a ser mi perdición,
siempre pensé que sería un rasgo que podría sellar bajo el
autocontrol y la mesura. Que equivocado estaba.
Como decía de niño no era violento, era un niño adorable, bueno en
demasía y eso hacía que otros niños quisieran abusar de mi bondad.
Ya sabéis lo crueles que pueden llegar a ser los infantes. Y
entonces salía ese rasgo, hartaban a mi peor yo, se propasaban y eso
no quedaba sin castigo. Llegó la pubertad y entonces mi cuerpo
cambió, se hizo más grande, más fuerte y con ello también
aumentaron estas violentas dotes, la ira ya no necesitaba ser
provocada para salir, ya no había inocencia que la reteniera y
entonces las hormonas, la testosterona y la inmortalidad que parecen
poseer los jóvenes hicieron de mi alguien problemático y lleno de
ira y cargado siempre de problemas.
Siempre pensé que yo dominaba a la ira, que yo lo controlaba, que
era sólo un mecanismo de defensa contra quienes me querían dañar.
Pero cuando alguien te hace daño y tu sólo eres capaz de sentir ira
y responder con ira, y sólo usas la ira para resolver tus
problemas... Los problemas se alimentan de esa ira y crecen. Y al fin
crees que has aprendido la lección, han pasado los años y ha
llegado por ese medio u otros algo de sensatez a tu cabeza, decides
tranquilizarte, cambiar... Y entonces cuando crees que lo has
conseguido descubres que no. Que eso nunca te va a abandonar.
Que hay una necesidad primaria en ti, imposible de borrar, de someter
a otros, de hacer daño de ejercer control bajo coacción y miedo, de
hacer de la ira tu modo de vida, sientes una especie de salvajismo
animal fluyendo por ti, te das cuenta de que vas ha hacer sufrir
tarde o temprano a otros lo que desde niño has visto sufrir en tu
propia casa. Sabes que de tal palo tal astilla, que las estadísticas
no fallan, que los padres maltratadores, tienen hijos que heredan
fácilmente su enfermas y despreciables costumbres, que la sangre es
la sangre y no hay nada que fluya más fuerte que esta, ni nada que
pueda romper su legado.
Y finalmente, es en la situación que me encuentro ahora... Está el
miedo, el miedo a saber que es lo que está pasando y que no puedes
controlarlo, el miedo a hacer daño a quien más quieres... El miedo
a convertirte en lo que más desprecias, en lo que siempre has
despreciado en dejar de ser tú que es lo que quieres ser para ser un
ogro que no debería existir, un ogro... Algo que preferirías morir
a serlo...
Y lo peor es que sabes que no hay posible ayuda, posible solución,
estás sólo. Ya no hay esperanza para ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario