20/9/17

Todas las hojas tienen que acabar cayendo.

 Hoy quiero traer a mi memoria algo que pasó, hace ya un tiempo considerable. Fue una de las lecciones más sabias que me han dado nunca, una de las frases más inteligentes que jamás he oído. No me revelaron el sentido de la vida, cuál es nuestro propósito como raza, si es que lo tenemos, si es que nos aguarda alguna tarea o destino trascendental, no me aclararon si hay una deidad o varias, o si son totalmente inexistentes y fruto de la imaginación, la necesidad y la fe. Tampoco me explicaron si hay vida más allá de este planeta, o si por el contrario vamos a algún sitio cuando desaparecemos, nos reencarnamos o simplemente dejamos de existir, pues no somos más que un conjunto de coincidencia, un conjunto de coincidencias que tienen como consecuencia la vida, un nacimiento, un desarrollo, una madurez y finalmente la muerte. No nada de eso. Me han dicho una de las verdades más claras y auténticas que existen. Si, y si, ha sido toda una revelación. Porqué por misterios en los que no detendré mis pensamientos ahora... Somos una especie a la que le cuesta ver, muchas veces, quizás demasiadas, lo que tiene a simple vista. Es así. ¿Conocéis el dicho de "si lloras por no ver el sol, las lágrimas no te dejaran ver las estrellas"? Pues algo así.
Hay verdades que no queremos ver, porque son dolorosas, porque son sencillas y nuestra complicada cabeza no puede concebir que en un mundo tan enrevesado algo sea tan sencillo. O simplemente porqué nuestra atención está tan saturada y sobrecargada que no es capaz de detenerse en lo más nimio, pero más evidente, si nosotros no le damos la orden de que se detenga a prestarle atención.
Bien. La verdad fue esta. "Todas las hojas tiene que acabar cayéndose". ¿Cómo os quedáis? Esperad... No me digáis que no os dice nada esta frase, ¿cómo? ¿Que es evidente? ¿Que todo el mundo sabe eso...? No, aún no captáis la profundidad de esas palabras, aún no veis lo que quiere decir, al igual que yo y muchos congéneres de nuestra raza, no veis lo evidente, en este caso porqué creéis ver lo evidente. Esperad... A sido culpa mía. Os contaré la historia que hay detrás de esta frase, entonces lo comprenderéis como lo comprendí yo.
Bien yo mantengo una relación sentimental con una persona. Y cada día esta, me convence de que es una de las personas más grandes que nuestro planeta a tenido la suerte de alojar. Quizás sea un niñato, un idiota, un fantasioso o un despistado, pero estoy realmente enamorado de ella. Y entre todas las cosas que tiene que aguantar, la pobre también aguanta mi sociopatías y psicosis momentáneas. Es decir... Mis comeduras de cabeza.
Al principio de nuestra relación me dio una pulsera muy especial, una pulsera que pese al tiempo y a los trotes recibidos, aún está conmigo, y me gustaría que pensar que va a ser así durante mucho tiempo, pues es una pulsera muy especial, una pulsera única, no hay otra así, y seguramente, en gran parte, sea porque me la dio Ella.
A mi me hizo mucha ilusión que me hiciera este regalo, no sólo por el regalo sino por lo que representaba ese regalo, por lo que yo leí entre líneas en ese regalo, por lo que significaba para mí ese acto, hecho de esa manera particular.
La pulsera está formada como por unas cuantas cuerdas, hilos y un retal de cuero entrelazadas, unidos, y atados entre sí, formando en su conjunto la susodicha pulsera. La pulsera tiene una serie de adornos, y entre estos tenía una hojita. Yo llevaba mi pulsera, la favorita con orgullo y con satisfacción, pero por mala suerte, casualidad, o simplemente accidentalidad una de las piezas de la pulsera se cayó, se desprendió. Fue la hojita. Bueno, cuando me dí cuenta, realmente me fastidió, esa pulsera era un regalo y para mí era importante, me fastidió que se perdiera ese adorno.
Después de que esta pequeña pieza se rompiera yo vi a mi pareja y se lo conté, le dije que lo sentía, que me jodía y que perdón. Y ella me sonrió con mucha calma, me miró a los ojos, y como si se adueñara de ella una profunda paz, tanta que hasta pareció saltar a mí... Me dijo "Todas las hojas tienen que acabar cayéndose".
Quizás algunos todavía no hayáis captado el mensaje. Quizás aún tengáis una expresión de extrañeza configurando vuestro rostro... Algunos seguramente estaréis pensando "este tío es imbécil..." Lo que posiblemente haga, que mi yo futuro, el yo que existirá mientras tales lectores me leen... A ese yo, un ensordecedor pitido de oídos le esté golpeando.
Bueno, bien, para los que tengáis la paciencia necesaria aún de seguir leyendo para saber que quiere decir esa frase, os lo explicaré.
Todas las hojas tienen que acabar cayendo. Es una verdad absoluta, es algo inalterable, va a pasar, más tarde o más temprano, a veces por sorpresa y otras de forma esperada, pero al final caerán. Y no podemos hacer nada para cambiarlo. Podemos ralentizarlo, podemos ralentizarlo o podemos acelerarlo, y otras veces nada de lo que hagamos podrá influir en su transcurso, en el proceso. Así que cuando dicho proceso toque a su fin o cúlmine... Sólo nos queda aceptarlo, con lo bueno y lo malo que lleve, que nos retribuya o que nos conceda. Aceptarlo, asimilar que ha pasado y asimilar que lo que hayamos hecho para atrasarlo o acelerarlo, haya sido mucho o poco, es todo lo que podíamos hacer, que ya nadie ni nada puede cambiar lo ocurrido, ha pasado y ya está, por doloroso o grato que sea... Es lo que hay. Pueden ser palabras duras pero es así.
¿Ahora comprendéis mejor la frase verdad? Ahora si la habéis entendido, ya nada os impide ver su auténtica verdad absoluta y su gran profundidad, ¿cierto? Lo sé.
Esta, es una verdad absoluta y para muchos evidente, aunque hay para algunos que no... Pero realmente a un ojo racional es evidente. Sin embargo no siempre es fácil asimilar esta verdad, no todo el mundo es capaz de asimilarla llegado el momento. Aunque no haya más, no siempre es tan fácil aceptar que es lo que es y punto, que no hay más... No siempre es fácil. Pero hay que hacerlo, tomar aire, asimilarlo y continuar. Sea la situación que sea, hay que proseguir. Más rápido o más lento, antes o después, pero hay que seguir caminando, seguir adelante, a nuestro ritmo pero sin parar. No queda otra. No es fácil muchas veces, no es grato, la mayoría. Pero es lo que debe hacerse. Porqué a la larga, el esfuerzo, el trabajo, la energía apostada en la empresa de asimilar la verdad absoluta que nos haya golpeado, el esfuerzo de asimilar que ha pasado y hay que seguir adelante, a la larga, habrá merecido la pena. Nos habrá hecho más fuertes, más sabios, a la mayoría al menos. Nos habrá hecho mejores, porqué de todas las heridas se aprende. Cada cicatriz, por grande o larga que sea, por profunda que cale en nuestra alma... Es una lección, si sabemos interpretarla.
Ese fue el mensaje. Sus palabras me lo dijeron, y sus ojos y la paz que manaba de su sonrisa me lo explicaron. No es sólo una frase, alberga gran profundidad. Ahora os dais cuenta, ¿verdad?
Pues hasta aquí la anécdota y hasta aquí la explicación de la misma. Espero que los que habéis conseguido aguantar leyendo hasta el final, hayáis disfrutado de lo leído y os haya sido útil, quizás no hayáis aprendido nada, pues ya conocíais la lección, pero me alegraré si tan sólo os he conseguido recordar esa lección. Me alegraré si os he conseguido refrescar la memoria a fin de que un día cuando necesitéis seguir caminando, recordar que todas las hojas acaban cayéndose, podáis hacerlo con mayor soltura y con menor dolor. Ha sido un placer escribiros y un honor que me leáis. Un saludo.

Y por último, para cerrar esta entrada, he de agradecer a la persona que la inspiró. Muchas gracias, leona, siempre has conseguido llenar mi dura mollera de algo más de sentido común y de sabiduría... Gracias.  

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