1/11/17

Metamorfosis.

 Me despierto, descubriendo además del desasosiego inexplicable que me ha despertado, que estoy empapado en sudor. Es pleno Diciembre, salgo de la cama, mareado, con una increíble sensación de malestar. Es como si estuviera a rebosar de algo, pero no sé el qué. Me dirijo hacia el cuarto de baño y me miro en el espejo, mi visión es borrosa, desenfocada. Abro el grifo y me empapo la cara de agua helada, miro mi reflejo, mi visión ya parece estable, y me veo con una nitidez extraordinaria, una nitidez con la cuál nunca me he visto, y veo mis pupilas tan dilatadas que no veo ni siquiera el iris en ellas, es casi aterrador. Pero finalmente me separo del espejo de un bote, sobresaltado y huyendo de mi propio reflejo, al darme cuenta de que no he encendido la luz del baño y que el mismo está sumido en la oscuridad. Quedo sentado en el suelo de mármol, que al estar frío, produce cierto alivio sobre mi piel ardiendo. Los dedos me duelen, a rabiar, es como si me estuvieran intentando arrancar las uñas, desde la misma matriz. Necesito aire, necesito aire.
Corro a mi cuarto, abro la ventana, y me asomo por ella, todo lo que puedo, intentando hacerme del aire frío y en busca de alivio. Me asomo, intentando captar el aire frío, lo intento, me asomo, y la mayor parte de mi cuerpo se asoma por la ventana, hasta que pierdo el equilibrio, mis pies descalzos resbalan y caigo hacía adelante.
Me despierto en el suelo agitado, estoy tumbado de espaldas, y una punzada de dolor atraviesa mi mente, me vuelvo y voy poniendo de pies, me duele todo el cuerpo, estoy a punto de gritar, pero el dolor va mitigando aunque sigo teniendo la asquerosa sensación de bochorno, como si me estuvieran quemando vivo. Miro hacía arriba, y me doy cuenta de que vivo en un sexto piso, y he caído por una de sus ventanas.
Me mareo con tan sólo pensarlo, con tan sólo caer en la cuenta de lo que acaba de pasar, el terror, el miedo, me dominan, no entiendo bien lo ocurrido y no sé si quiero entenderlo. Me froto la cabeza con las manos, y al pasarlas, mi pelo se cae, ¿qué demonios me está pasando? El cuerpo me duele a horrores, cada músculo, cada articulación, me examino, pero no tengo heridas o moratones, es como si no hubiera caído desde lugar alguno, sólo un increíble calor, y un dolor por todo el cuerpo, como cuando uno está enfermo o con fiebre.
Una nausea bestial nace de la boca de mi estomago, y me sacude de arriba a abajo, acabo vomitando, y echándolo todo, con tanta fuerza que temo que voy a echar el mismo estómago con el regurgite. Cuando miro hacía lo que he devuelto, veo un charco de color sangre, he vomitado mi propia sangre. Y entre ella, entre los restos... Puedo ver mis dientes, me paso la punta de la lengua por las encías y el terror me abruma al no notar ni uno de mis dientes... sólo el férreo sabor de la sangre. Necesito un médico, necesito ayuda... No se que demonios me está ocurriendo.
Echo a correr, intento buscar un punto de referencia, algo que me oriente, alguien que me ayude, estoy tan asustado que no consigo pensar con claridad, y aunque soy consciente de ello, no puedo pensar con claridad, es como si mi cerebro hubiera topado con un bache y no fuera capaz de salvarlo, como si estuviese condenado a topar, una y otra vez con el mismo bache.
Una idea empieza a aflorar en mi mente, es extraña, desconocida, y ... simple, es como si dentro de mi mente hubiera nacido una nueva consciencia, ajena a la mía, distinta, y me grita que cambie mi dirección. Que suba por una calle. Mi cuerpo le obedece, tropiezo y me levanto para seguir corriendo, yo no soy capaz de dar órdenes, mi voluntad está apagada, no sé ni siquiera que hacer, y por ello quizás esa voz es la que ahora dirige mis pasos y manda dentro de mi cuerpo.
Al final de esa calle hay un bosquecillo, vivo en una zona cercana a la naturaleza, y la voz me anima a volver a ella, cada vez soy menos dueño de mis actos y más testigo, voy empequeñeciendo, y la voz me va dominando. El dolor es cada vez más y más intenso y en cuento entro en los bosques, corro con todas mis fuerzas en busca de mayor espesor y mayor refugio por lo tanto, del bosque.
Finalmente caigo. Vuelvo a vomitar y quedo de rodillas, miro mis manos, mis uñas sangran y las puntas de mis dedos me duelen terriblemente, agarro el dedo índice de mi mano derecha y cuando mis dedos tocan la uña, ésta se desprende, y algo negro queda debajo de ella, sangre, costra o Dios sabe qué.
El resto de mis uñas se van desprendiendo, empujadas por algo, negro también, y de mis dedos, empiezan a salir unas garras, de color negro. El dolor de los dedos pasa a las manos, y oigo crujir los huesos, músculos y tendones de las mismas, mientras mis manos se agrandan y van cambiando de forma. Se van recubriendo de pelo, se vuelven más grandes, y pierden casi por completo su fisionomía humana, volviéndose algo... algo que nunca había visto, amorfo y antinatural. Caigo de espaldas, el dolor me abruma y se intensifica por todo mi cuerpo, el dolor me hace contraerme mientras sigo tumbado, es bestial, insoportable. Una serie de punzadas me llegan desde las piernas y sólo puedo gritar por el dolor. Cuando miro, veo como mis huesos se rompen para volverse a soldar en segundos y como mi fisionomía, mi musculatura, cambia, mis piernas aumentan su tamaño, su volumen. Mis cuadriceps se vuelven gigantescos, mis dedos se contraen, mis uñas se caen, y debajo brotan garras, la posición de mis gemelos sube, el ángulo entre mi rodilla y mi espinilla cambia, y cuando me quiero dar cuenta mis piernas son más parecidas a las de un animal, que a las de un hombre. Todo mi cuerpo se va cubriendo de un bello gris, cada vez más espeso y más denso, mucho más grueso que el vello de mi cuerpo, hasta que no queda asomo de mi carne.
Encima de éste "pelaje", nace otra capa, más espesa todavía que la anterior, me levanto y echo a correr de nuevo, intentando conseguir ayuda, la voz grita en mi cabeza cosas incoherentes, incomprensibles. Ahora corro a toda velocidad, creo que nunca en mi vida había corrido tan rápido, resbalo, cuando voy a caer, por instinto mis manos se ponen delante, caigo sobre mis brazos y sin darme cuenta, como si fuera algo básico en mi programación, sigo corriendo, ahora a cuatro patas, pues ya no se si mis brazos son patas o brazos. Doy un salto para esquivar una roca, nunca había dado un salto así antes.
Caigo, y sigo corriendo, pero a dos patas. De repente siento un golpe en la cadera, tan fuerte que me hace caer al suelo, ruedo por él y cuando el dolor se intensifica me llevo la mano a la cadera... donde descubro, descubro una especie de cola, forrada de pelaje, como el resto de mi cuerpo. Mi tamaño ha aumentado, mi musculatura también, soy más grande, más fuerte. Mi fisionomía ha mutado, mis músculos tendones y huesos se han roto, deformado y soldado de nuevo como si nunca hubieran sido de otra manera.
Un tremendo dolor llega de mi boca, de mi cuello, sienes, de mis ojos, mi frente y mis orejas. Me llevo las manos a la boca y noto como mi mandíbula se estira hacía delante, noto nuevos dientes salir, más afilados que los anteriores, dientes para depredar. Mis orejas se mueven y cuándo me doy cuenta son mucho más grandes y han subido, hacía la parte superior de mi cráneo, mi boca ha formado un morro, mi nariz un hocico. ¿Qué demonios me está pasando?

Subo por una pendiente corriendo a toda velocidad, y veo un disco blanco en lo alto del cielo, me veo aullando, un bramido perturbador y terrorífico, de una potencia nunca imaginada, que resuena por todo el bosque y al que otros en la lejanía surgen como respuesta. Cuando me doy cuenta, mi consciencia, y pensamientos, son una lejana voz que ahora me cuesta escuchar, aquello que controla mi cuerpo, mi voluntad es esa voz, esa consciencia animal que hace un rato surgió y empezó a dominarme, algo incomprensible para mi cada vez más aletargada conciencia humana. He cambiado, es obvio, pero mi razón está cada vez más nublada para captar lo que veo, escucho y siento, estoy embotado, adormecido, al menos mi yo humano. Y mi otro yo... Es el que tiene el control ahora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario