1/2/18

Adiós, hogar.

 Noto el húmedo cosquilleo recorrer mis mejillas mientras miro una foto desgastada por el devenir de los años. Cuando percibo que las lágrimas van a caer después de desfilar por la línea de mi mandíbula alejo la fotografía, protegiéndola así de la solución salina. Nunca volveré a ver la casa que se yergue detrás de mis padres en esa fotografía. Como tampoco volveré a ver a mis padres, tan gallardos y dignos en esa foto conmigo y mi hermana delante de ellos, en aquella época en que no sabíamos cuán oscuro y cruel puede ser este mundo.
La bocina del tren me avisa de que el tiempo en esa tierra que me vio nacer y a la que llamaba patria se acaba a un ritmo vertiginoso. Debo considerarme afortunado aún así de poder abandonarla. Sólo, exiliado y tras haber perdido a cada ser al que quería, parece que debo cargar con el apelativo de "Afortunado" en esta larga marcha que tengo por delante. Era precisamente lo que me faltaba.
A manos de unos libertadores autodenominados, que con la palabra elaboraban una distracción que encubría los actos que pretendían llevar a cabo con la fuerza, he perdido mi pasado, mi presente y mi futuro. Los que un día, hasta llegaron a despertar de mi simpatía, son hoy una manada de chacales que pretende darme caza y devorar mi país hasta pelar cada hueso que pueda tener el más mínimo jugo.
Hemos pasado del hambre, el frío y la injusticia, a tener que escondernos de nosotros mismos, todo el mundo puede ser hoy un enemigo, y puedes ser una sospechosa y potencial amenaza hasta por no tener una opinión demasiado elaborada, imaginad por tener una posición contraria a la de quienes pretenden liberarnos del yugo de la opresión. Bien es cierto que necesitábamos un cambio, pero en algún momento nuestras máximas se gritaron tan fuerte que no oímos como en lugar del cambio fraguaban una criba.
Hemos pasado de un mal a otro, a otro correctamente emperifollado, con un discurso mejor, con una apariencia cercana y benévola, casi protectora, con una bandera mucho más refulgente y henchida de más brío, y con la promesa de mejorar todo lo que queríamos, mientras que en secreto alberga un retorcido y cruel plan para hacerlo. El tren se pone en marcha y hay una parte de mí que casi quiere sentir alivio por ello, hasta que recuerda que todo lo que soy se queda en el lugar del cuál parto. Mi camino me lleva a ser un vagabundo anónimo, un refugiado sin nombre condenado al sufrimiento, la soledad y la penuria en un país desconocido del cuál no sabe nada, por no saber no sabe ni hablar de manera que se haga entender en una lengua que se antoja tan extraña ahora.
Los fuegos de la revolución han fraguado algo extremadamente peligroso, lo que en principio parecía una herramienta que tenía como fin construir, ha resultado ser un arma cuyo destino es la represión. Hemos tenido la oportunidad de acabar con el mal de éstas frías tierras gobernadas por un tirano. De crear algo mejor, algo que nos hiciera iguales. Sin embargo alguien en algún momento intentó hacer encajar una pieza que no era ni siquiera de éste rompecabezas. Y ahora somos igual de pobres, de miserables, de culpables y de aterrorizados. Ahora nadie tiene nada pero quien se ha autoproclamado libertador gestiona y pone a, lo que el considera buen recaudo, lo de todos. Mientras que con una mano nos anima a seguirle, con la otra acaba con los tiranos, los apoderados, los privilegiados y todo aquel que tenga la desdicha de rodearlos o cruzarse en el camino de sus verdugos, da igual que sean culpables que inocentes, viejos, niños o enfermos. Mientras que, y tacharamé de desconfiado, tengo la vaga sensación de que el poder no vuelve a la fuente de la cuál tanto se dice proceder, sino que simplemente cambia de manos. Unas manos más jóvenes, más fuertes, pero igual de crueles, sino más. Unas manos que no van a dudar en consérvalo si así lo consideraran pertinente.
Adiós gran madre, tus hijos han pasado de pasar hambre mientras unos pocos engordaban chupando indiscriminadamente de tu ubre, ha ser instigados para ayudar a derrocar a los mencionados mientras que siguen pasando hambre, con la diferencia de que ahora todos sirven de base para que unos pocos, pero distintos a los anteriores puedan llegar a mamar de donde todos tenemos el derecho de alimentarlos, pero pocos gozan del privilegio de hacerlo.

Viva a la revolución. Viva a la libertad. Viva al partido. Viva al piógeno, ignorante y hambriento pueblo.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario