No. No puedo más, no lo aguanto, no soy capaz de resistirlo. Esto es
demasiado, no veo recompensa, victoria o mérito en mantener una
lucha, en prevalecer en una batalla... Que ya está perdida. Mi vida,
esa es la batalla y ya no siento ganas de luchar por ella, no veo
ningún motivo para seguir haciéndolo. ¿Y quien es mi enemigo os
preguntaréis? Mi mente. No puedo resistir a mi mente como enemigo,
es inhumano, cruel y fatal.
No puedo aguantar más tiempo las vicisitudes mentales que me
atosigan y asedian día tras día y noche tras noche. No puedo
soportar no poder estar tranquilo, no dejar de sufrir por mi propia
culpa. El negativismo, las paranoias, el odio hacía todo... Esas son
sólo algunas de las corrientes que fluyen por los entresijos de mis
psique.
Suicida, cobarde, débil... Llamadme lo que queráis... Me da igual.
No puedo mantener ningún tipo de relación sin un sufrimiento
constante, pues las paranoias me atosigan día y noche, sobre la
gente que me rodea y a la que intento querer: ¿Me querrá?, ¿Habrá
otro?, ¿Es feliz conmigo? ¿le ha molestado que haya dicho u hecho
eso?, ¿la voy a perder?, ¿soy suficiente para ella?, ¿que ve en
mí?, ¿es demasiado para mí?, ¿Soy lo que necesita?, ¿Estoy a la
altura?, ¿la cuido lo suficiente? Y así siempre; Miedo,
inseguridad, preocupación y paranoias, paranoias, paranoias,
paranoias.
No puedo más. Y no es mejor la situación con amigos, familiares y
conocidos, no puedo evitar sentir a la mínima que no me demuestran
su afecto, están conspirando contra mí, que traman algo, que no me
quieren, que quieren perjudicarme. Necesito un torrente continuo de
afecto, pues si no me inunda la inseguridad, el miedo y la paranoia.
Y esto no es vivir.
Después de las paranoias e inseguridades llega el negativismo: Me
desprecian, todo me tiene que salir mal, estoy sólo, mis amigos no
lo son, no puedo confiar en nadie, no me quieren de verdad, su
compañía y atenciones son producto de la lástima, me van a fallar,
no puedo contar con ellos, el amor no merece la pena, está es la
última vez que me creo la fantasía, conocer gente y relacionarse no
merece la pena, no existen amigos, no puedes contar con nadie, estoy
sólo, estoy sólo, estoy sólo, estoy sólo.
Y después del negativismo, llega el odio, hacía mi mismo: No sirvo
para nada, soy despreciable, moriré sólo, mira tú reflejo, imbécil
y entiende así porqué estás desamparado, no debí nacer, fui un
aborto sin éxito, soy quien más odio, el mundo debería buscarme y
darme caza, con la cantidad de gente que muere sin merecerlo y yo
aquí despreciando la vida, Me doy arcadas, me doy arcadas, me doy
arcadas, me doy arcadas.
Y así transcurre mi vida... Quiero ser normal, feliz, quiero que la
gente me quiera, no estar sólo, no ser siempre el malo, la gente se
acerca, la cuido y se aleja, no entiendo porqué, si tengo mis cosas,
mis defectos, pero cuido de la gente, porqué no se me devuelve una
parte del inmenso afecto que doy... Sólo quiero ser normal, ser uno
más, no sentirme un parasito repudiado por la sociedad, no sentirme
como un germen que nunca debió existir, un error en el fluir de la
vida... Sólo quiero ser normal y vivir tranquilo y en paz. ¿Pero
como voy a serlo si mi mente es mi propia enemiga, si yo mismo me
hago esto...? ¿Cómo? Estoy cansado, muy, muy cansado. Muy cansado
de no tener nada que merezca la pena el esfuerzo que me supone vivir.
Estoy cansado de esta tristeza, esta rabia... Estoy cansado de no
poder diluirla ni alejarla de mí con nada. Si lloro para
desahogarme, me siento débil, patético y siento más ganas de dejar
de existir. Si intento evadirme con alguna actividad sólo soy capaz
de ver los errores que he cometido al realizarla y de ser aplastado
por el fracaso, si intento relacionarme para divertirme me siento
sólo y extraño, fuera de lugar. Estoy cansado de sentirme patético.
Estoy aburrido de sentirme así. Estoy liberado de la obligación de
seguir adelante.
Soy un cadáver que se desangraba en verso, capaz de dar lo mejor de
mi mismo por alguien y aplastado por la falta de reciprocidad o de
la incapacidad para verla. Es el momento de poner fin a mi agonía
con una dulce y dolorosa despedida. La muerte tiene que ser dolorosa.
Los grandes momentos de nuestra vida están llenos de intensidad. La
euforia, el amor, el sexo, la ira... Los sentimientos deben ser
torrentes incontrolables que nos hagan eso, sentir. Desmesurados por
dentro por obligación y que por fuera sean controlados por nuestra
sensatez. Y mi desgarro es así, desmesurado y doloroso.
Insoportable, sí, como debe ser. Que mejor final que uno tan
apoteósico como la causa de mi caída.
Sea. Me despido, me voy a sufrir, a finalizar mi existencia de forma
horrenda. A sufrir una rápida e intensa agonía. Pero... Por última
vez. Esta vez y nunca más.
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