Subo la persiana, el mortecino sol del amanecer me responde, son algo
más de las siete de la mañana. No he dormido más de una hora
seguida. Pero no tengo sueño, arrastro mi cuerpo, o él me arrastra
a mí, ya no lo sé, la consciencia del tiempo, no ha sido la única
que he perdido. He dejado de sentir todo, y todo me da igual, he
dejado de ser parte de este mundo.
Te fuiste un 25 de Octubre. En pleno Otoño. Mi madre me contaba ,de
pequeño, que procuró concebirme para que yo naciera ese día. El
motivo era que los otoños la entristecían, y así su pequeño le
daría ánimos. No creo que tú eligieras el día en el que te
fuiste. No ese día precisamente. Te fuiste y hasta la naturaleza te
lloraba. El cielo lloró conmigo tu perdida, calándome hasta los
huesos durante las horas que permanecía fuera de casa, sin capaz de
volver a ella, porque todo me recordaba a ti. Los árboles guardaron
luto conmigo, cambiando el verde por el marrón, y luego dejando sus
ramas al desnudo. Aunque ellos hayan roto ya su luto, yo aún lo
mantengo. Pero sé que la naturaleza no podrá evitar guardarte una
vez al año el luto, llorarte y echarte de menos, como yo lo hago
cada día. Este mundo ha perdido a la mejor persona que tenía.
Supongo que cualquier color me parece un mentiroso ahora. Cualquiera
que no sea el negro, me parece un farsante cromático, una invitación
a sentir algo, alegría quizás, cuando no hay nada más que tristeza
en este mundo. Al final todo desemboca en ella, por mucho que nos
esforcemos, cada sentimiento, es un intento de alejarla, los
positivos, y los negativos, cada sensación, gesto o intención es un
intento de camuflar la tristeza que nos acompaña siempre, de
engañarnos, es una farsa. Nacimos entre dolor y morimos solos,
porque nadie puede acompañarnos en ese último tránsito. Una
existencia entre dos lapsos de inexistencia. Así es, negarlo es
mentir, al resto y a nosotros mismos.
Y mi farsa personal, mi intento por engañarme, me ha llevado a
acompañar mi tristeza con dolor. El dolor de no ver más tus ojos,
de no sentir más tus caricias, ni de que me despierten más tus
besos. El dolor de tener que ir andando por la calle, sin que tu
vayas cogida de mi brazo o de mi mano. El dolor de no tenerte para
cuidarte, para desvivirme por ti, para ser tu romántico. El dolor de
tener tanto amor reservado, guardado y amasado con tu nombre... Y no
poder dártelo nunca. Ese dolor que parece que me quiebra el corazón,
en un intento de que yo recuerde que, pese a todo, lo sigo teniendo.
Es lo único que siento, así que como digo no siento nada. La
tristeza y el dolor son tan profundos que ya son parte de mí, no son
sentimientos, pues lo sentimientos son pasajeros, no son constates, a
veces son más intensos y a veces menos. Así que no siento nada,
tengo tristeza y dolor pero estos son extensiones de mi, de mi ser,
ahora, de mi alma.
A menudo visito tu lugar de santo reposo. No sé porqué lo hago la
verdad, tú no vas a saber si te visito o no, no voy a sentirme
mejor, y eso va a seguir como siempre, inalterable. Quizás algo
dentro de mí alberga la esperanza de que un día mientras lo hago ya
no esté tu lápida. Que haya sido todo un sueño, que esté loco y
sea producto de mi mente.
A veces pienso que me gustaría estar loco, que tu nunca hubieras
existido y que fueras producto de mi imaginación. Me gustaría
porqué eso significaría tu inmortalidad, a coste de mi cordura,
pero es un precio bajo por ti. Me gustaría, porqué me haría
realmente grande haber imaginado algo tan perfecto como tú, me
elevaría a la categoría divina, pues a pesar de se locura, de ser
enajenación, tu existencia, aunque fuera sólo en mi cabeza, sería
vida. Habría creado vida, y una vida tan perfecta que ni el mismo
dios, si existiera, hubiera sido capaza de crearla. Ni él mismo, con
los supuestos poderes omnipotentes, habría sido capaz de dotar la
realidad tangible y física, con una criatura tan increíble como tú.
Así que imaginarte, enajenarte, habría sido algo de orgullo para
mí, una gesta más increíble que ninguna divina... Y una
gratificación, al poder seguir besando tus labios, respirando tu
aroma, acariciando tus piernas, entrelazadas en mis caderas. Aunque
en verdad estuviera en una habitación acolchada, con una camisa de
fuerza, ajeno al mundo real... Vivir eso, en los recónditos
laberintos de mi locura, sería lo mejor que me podría pasar.
No he dejado de añorarte ni un sólo día, ni un sólo minuto, ni un
sólo segundo. No he dejado de añorar tu risa, de añorar lo mal que
cantabas, a propósito, para dar la lata. De añorar las tonterías
que me hacían reír a carcajadas y hacer el tonto también. No puedo
evitar llorar al recordarte, no puedo evitar sonreír unos segundos
antes de imbuirme en la agonía de no tenerte, cuando recuerdo algo
tan tonto como cuando intentabas ponerle al perro un jersey navideño
y unos cuernos de Rudolf, y este se te escapaba una y otra vez.
No consigo olvidarme de que te tuve, de que te ame. ¿Por qué te
fuiste? Mi única pasión en esta vida era amarte, y ya no tengo
nada, nada más me vale la pena, nada más puede ser tan grande,
increíble o gratificante. Mi corazón no puede sanar si no te tiene,
los grandes amores no se olvidan, no se dejan de sentir, no
cicatrizan ni curan. ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué no me llevaste?
No hay comentarios:
Publicar un comentario